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Parque de la Alameda

Parque de la Alameda
¡ El Parque de la Alameda se viste de otoño! Vale la pena visitar Santiago

De ilustre monasterio a Museo del Pueblo Gallego


Amenaza de lluvia en el Parque Bonaval
El ajetreo que mantuvimos ayer a la hora del mediodía, nos impidió satisfacer nuestro gusto por la cocina gallega como hubiésemos querido, pues lo primordial era conseguir la Compostela, guardar las bicicletas y que los peregrinos se dieran una buena ducha antes de comer, de manera que optamos por comer en un tiempo record y retirarnos a descansar un ratito, pero hoy ya es otra cosa.

La Rua do Franco, conocida coloquialmente como “ruta París – Dakar”, dado que en uno de sus extremos se encuentra ubicada la cafetería Dakar y en el otro la cafetería París, es una de las calles santiaguesas que más bares y restaurantes alberga, y hacia uno de ellos nos encaminamos tras asistir a la Misa del Peregrino.
Cafetería Dakar, en un extremo de la Rua do Franco

Cafetería París, al otro extremo de la misma calle
Hoy nos espera una buena mariscada, de esas que sólo se ven en el norte de España, y para el que no guste de marisco, un suculento solomillo de ternera, que también sabe exquisito por estas tierras. 

Nuestra andadura como romeros la hemos dado por finalizada concurriendo a los oficios religiosos donde, como es costumbre, han nombrado a todos aquellos peregrinos que en el día de ayer llegaron a Santiago y recogieron su Compostela, y Javier y Daniel, satisfechos tras haberse oído mencionar, derivan su atención hacia actividades más prosaicas. 

Una vez nos demos el opíparo festín, queremos visitar el Monasterio de San Domingos de Bonaval, a la sazón Museo del Pobo Gallego, pues aunque no será la primera vez que recorramos sus estancias, volver a ver su espectacular escalera helicoidal siempre es un placer para los sentidos. 

Después de unos entrantes que nos abren aún más el apetito, llega la hora de las navajas, los percebes, las gambas, las centollas, las cigalas, todo ello regado generosamente con un buen albariño de la tierra. Pocos son los que se pueden resistir a estas piezas que tan caras vende la mar y tan bien le saben al paladar.

Esta imagen habla por sí sola

Y de postre, y como no podía ser menos, un cafetito y una buena ración de Tarta de Santiago, que después de los kilómetros recorridos en bicicleta poco se va a notar en nuestros cuerpos. 

Tras una breve sobremesa, tomamos nuestras cámaras y nos desplazamos hasta la rúa de San Pedro, entrada a Santiago para los peregrinos que hacen el Camino Francés y recorrido obligado para llegar hasta el monasterio que vamos a visitar.

Es este edificio, entre todos los que alberga Santiago, un ejemplo vivo del galleguismo de la ciudad. No en vano, la iglesia alberga el Panteón de Gallegos Ilustres y el Monasterio, que de otra manera hubiera sufrido su reconversión en cuarteles militares tras la desamortización de Mendizabal, es ahora un digno museo etnológico a través del que se puede conocer la vida, usos y costumbres del pueblo gallego.

Monasterio e Iglesia de San Domingos de Bonaval
Existen legajos que ya citan este monasterio allá por 1.228 y apuntan a Santo Domingo de Guzmán como posible fundador del recinto conventual, ya que viajó como peregrino alrededor de 1.219. Estos mismos documentos sitúan al edificio bajo la advocación de Santa María, cambiando posteriormente de nombre y patronazgo, ostentando el de San Domingos de Bonaval hasta nuestros días. 

Fue el arzobispo Antonio de Monroy, gran impulsor del florecimiento  de la ciudad, quien decidió en 1.699 reformar la estética del convento, encargándole el proyecto a Domingo de Andrade, magnífico arquitecto gallego que ya tenía en su haber obras tan importantes como la edificación de la Torre del Reloj de la Catedral o el Pórtico Real de la Quintana, por citar alguna de ellas. 

Dentro del convento, quizás lo que más admiración despierta en el visitante es la estructura de la triple escalera helicoidal que el artista situó en el margen noroeste del edificio. 

Es esta escalera un ingenio de la arquitectura barroca, donde se mezclan a partes iguales técnica y audacia, consiguiendo que tres escaleras independientes partan del mismo hueco y mediante distintas rampas alcancen los diferentes pisos del monasterio. Los peldaños de la escalera están hechos de una pieza entera, engastada en un nervio exterior sin necesidad de encajar en el muro ni unirse unos a otros.

Diversas perspectivas de la escalera




La misma maestría demostró Andrade en el resto del claustro y en la magnífica fachada, que está presidida por el escudo de los patrones del convento, los condes de Altamira, pudiéndose detectar en ella referencias al tratado de fray Lorenzo de San Nicolás, “Arte y uso de la Arquitectura”.



De pequeñas proporciones, dividida en tres partes, la portada se compone de dos pilastras toscanas decoradas con haces de frutas típicas en la obra de Andrade, y sirven de base para sostener un frontón curvo partido, que enmarca la puerta adintelada, presidida por la imagen de Santo Domingo. A ambos lados de la puerta se abren vanos rectangulares. Sobre los dinteles, en cartelas, aún se puede leer con claridad el siguiente texto: 
"Esa portada i quarto que le sigue mando hacer el ylustrissimo sr don frai Antonio de Monroi arzobispo i señor de esta ciudad i genera de esta sagrada religión con las himagines i dorado año de 1699".

Detalle de las fachadas de ambos edificios
Portada del Monasterio

 Antes de que se convirtiera definitivamente en sede  del Museo do Pobo Gallego, las dependencias del monasterio sirvieron como plaza para diversas instituciones, una vez superaron el proyecto al que inicialmente estaban destinadas, y que no era otro que convertirse en los cuarteles de los Regimientos de Compostela y Santiago. Gracias al arzobispo Vélez, finalmente la edificación sirvió desde 1.841 de acomodo a un hospicio, y ya en el siglo XX el mismo perímetro dio cobijo a un colegio de ciegos y sordomudos. Tras unos años en desuso, al haber desaparecido estas instituciones, en 1.963 se inauguró en este espacio el Museo Municipal, y en 1.977, a petición del Patronato del Museo del Pueblo Gallego, fundado por aquel entonces,  la ciudad de Santiago cedió el edificio para la creación del museo que lleva su nombre.

Está este Patronato integrado por entidades y personas que trabajan en las distintas áreas de la cultura gallega, estando igualmente representadas a través de sus miembros las diversas instituciones públicas y académicas que están interesadas en el proyecto. 

Las salas permanentes de este museo nos conducen con todo lujo de detalles y un variado conjunto de piezas a través de las manifestaciones más representativas de la cultura propia de Galicia. Están escenificados el mundo de la mar, los oficios tradiciones, el campo, la indumentaria, la arquitectura popular, las formas de vida…., además de amplias secciones de arqueología, pintura y escultura gallega. 

Diversas instantáneas del interior del museo






Además, regularmente se organizan exposiciones temporales de temática diversa, que atraen la atención de un público ávido de cultura y formación.

La iglesia, al igual que el convento, es fruto de una sucesión de estilos, donde encontramos muchos elementos góticos con algunas reminiscencias románicas, aunque dado su estado desacralizado, únicamente se abre al público en las distintas ocasiones en las que se celebran conciertos o exposiciones en su interior. 

 A ella se puede acceder, bien a través del monasterio o bien a través de la sobria fachada eclesial, en la que destacan tres imágenes de soberbio goticismo: la Virgen con el Niño Jesús y a su vera, San Pedro y Santa Catalina. 

Fachada de la Iglesia

Campanario

El cuerpo central del templo podría admitir su inclusión dentro del gótico mendicante, propio de los siglos XIII y XIV. La planta, de salón y dividida en forma de cruz, cuenta con tres naves y crucero y forma un ángulo recto con el convento.

Interior de la Iglesia




En la capilla mayor destacan cuatro bellos sepulcros barrocos del siglo XV, que corresponden a miembros de la casa de Altamira, y la capilla absidal de la izquierda, presidida por San Vicente Ferrer, nos muestra un retablo del siglo XVIII. Pero no son estas las únicas capillas de que dispone la iglesia, pues podemos encontrar la dedicada a Santo Tomás de Aquino, la consagrada a San Pedro Mártir, la ofrecida a San Jacinto, obra de Gaspar de Arce (1.617), la levantada en honor a Santo Domingo y la destinada al Rosario, diseñada por Bartolomé Fernández Lechuga y Jácome Fernández.

La imaginería también tiene un lugar destacado en esta iglesia, sobresaliendo la imagen de Nuestra Señora de Bonaval, datada en el siglo XVI y el más moderno Cristo del Desenclavo, de José Ferreiro. 

Los restos de gallegos tan importantes para la cultura local como la escritora Rosalía de Castro, el político Alfredo Brañas, el escultor Francisco Asorey, el geógrafo Domingo Fontán, el poeta Ramón Cabanillas y el pintor y escritor Alfonso Rodríguez Castelao, han encontrado acomodo en el Panteón de Gallegos Ilustres, que está ubicado en una capilla lateral de la iglesia.

Panteón de Rosalía de Castro

Una vez abandonamos las estructuras de estos dos edificios, divisamos un estratégico pasadizo, conformado por los muros del convento y el Centro Gallego de Arte Contemporáneo (CGAC), que nos adentra hasta las puertas de lo que fue la antigua finca y el cementerio del monasterio dominico, y que hoy en día es un magnífico parque urbano rehabilitado según el proyecto dirigido por el arquitecto portugués Álvaro Siza, autor igualmente del museo de Arte.


Vista de la ciudad desde el parque
Inaugurado el 24 de julio de 1994, tiene una superficie de 37.047 m² y está ubicado sobre una ladera que mira al poniente, ofreciendo unas sorprendentes vistas de los tejados de la ciudad, a la que el artista Chillida dedicó la escultura denominada “A porta da música” que encuadra intencionadamente una visión de la misma. 

Restos de las dependencias monacales

Todos los elementos forman un conjunto armonioso
La actuación, acometida por la paisajista Isabel Aguirre, es un ejemplo de perfecta adaptación a la topografía y a los elementos preexistentes, que conjuga las onduladas formas de la ladera con la linealidad de los trazados geométricos que definen sus senderos y bancadas.

Respeta la estructura tripartita de la finca monacal: huerta, robledal y cementerio, encontrándose estos tres niveles perfectamente delimitados por muros de esquisto, piedra sobre la cual se asienta la ciudad de Santiago y que han sido cuidadosamente restaurados. 

En el primer nivel, donde encontramos la primitiva huerta abacial, se recupera un pequeño jardín geométrico al que se accedía desde el convento y se aprovecha la inteligente traza antigua de plataformas a distintos niveles comunicadas con rampas.
El agua es una constante en este parque



Atravesando una puerta bajo un enorme dintel con una letra omega labrada, se accede al viejo cementerio, de trazado ortogonal. Los materiales utilizados y la forma de hacerlo nos hablan del extremo cuidado con el que se ha trabajado. Se trata de los mismos materiales que existían, granito, hierba, musgo, agua, hasta el extremo que la combinación entre ambos, sin querer falsificar nada, se mantiene casi en el mismo plano de lo que ya había.




La zona más elevada de la ladera corresponde al antiguo robledal o carballeira, al que se le han añadido nuevas especies arbóreas, consiguiendo de esta manera conferir al parque un especial interés botánico de gran atractivo para el visitante.









Vista de Santiago desde la zona más elevada del parque

Al limpiar los arroyos y las fuentes, se deja que el agua discurra por donde lo venía haciendo, para alimentar, esta vez, la vida del propio parque, dando como resultado un espacio cuidado, de una gran calidad, muy disfrutado por los compostelanos y quienes les visitan y marco excepcional de manifestaciones artísticas.

Algibes y manantiales dotan de vida al parque



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